“En mi proceso todos se fueron…” Me encanta esa frase de la canción de la cantante cristiana puertorriqueňa Zuleyka Barreiro. Hay tanta verdad en esas palabras…Y es que, no importa la situación por la que estés pasando, el sentimiento de soledad suele ser el factor común cuando enfrentamos problemas o situaciones difíciles. Quizás tienes a tu familia, pareja o amigos a tu alrededor tratando de apoyarte y aún así la sensación de vacío e incompresión prevalece. Es en esos momentos en donde nos damos cuenta que la soledad no tiene nada que ver con el contexto que nos rodea sino que se trata de un estatus del Ser. Es la experiencia de poder estar con nosotros mismos enfrentando nuestra percepción de la realidad. Para muchas personas, esto suele ser algo que les aterra. Por mi experiencia, puedo testificar que la soledad puede resultar aterradora no solo por el paradigma mental que tenemos acerca de lo que significa sino también por los sentimientos que tenemos que enfrentar cuando nos encontramos con nosotros mismos.
A inicios del 2017, cuando fui diagnósticada con cáncer ( ujummm, de nuevo) estaba tratando de levantarme de varios procesos adversos en mi vida; la enfermedad terminal y posterior fallecimiento de mi padre en el 2013 y 4 meses luego la muerte de mi abuelo. En el entremedio de estás pérdidas viví el fallecimiento de mis adorados perritos Gorda y Chiquito, varias tragedias con los gatitos que rescataba, un doloroso divorcio en el 2014, entre otras muchas cosas que ya han quedado en el pasado.
Desde el 2013 al 2016, fueron los aňos más difíciles de mi vida porque literalmente me quedé sola. La estructura sobre la cual había construido mi felicidad se destruyó por completo llévandose consigo todo. Al menos así yo lo sentía. Estaba en una etapa que supongo describe lo que las personas llaman “tocar fondo”. Toqué fondo porque estaba sola y humillada, toqué fondo porque estaba cansada de seguir sufriendo, toqué fondo porque ya no tenía razones para ser feliz. Toqué fondo porque me había cansado de seguir luchando contra la vida misma que se encargaba de empujarme aún cuando con las pocas fuerzas que me quedaban yo trataba de salir del fondo y ver la luz. En aquel entonces sentía que nada era justo, y el verme y sentirme sola era lo peor que me había pasado. No sabía cómo enfrentar al mundo en mi nueva realidad.
Hoy puedo decir que estar en el fondo puede ser una de las mejores posibilidades de la vida . ¿Sabes porqué? Cuando llegas allí, ya no puedes hundirte más. Entonces debes decidir, ¿Te quedas y te sigues haciendo daňo? o ¿Decides levantarte de nuevo? Evidentemente, opté por la segunda alternativa. Lo que no sabía era que meses luego, iba a tener que enfrentar el diagnóstico de cáncer de seno. Sin embargo, puedo confirmar que de todos mis procesos este ha sido el de mayor transformación de mi vida. No hubo depresión ni corajes. Recordándolo ahora, puedo asegurar que solamente derramé una lágrima cuando leí el resultado de la biopsia. Quizás hubo incertidumbre en algunos períodos pero tan pronto surgían respuestas en cuanto al próximo paso que debía dar, todo volvía a estar en control. Fue un tiempo de mucha soledad pero por primera vez aprendí a confiar en los procesos. A diferencia de mi experiencia con el cáncer en la adolescencia, ya no había reconocimientos, ni montones de tarjetas y mensaje de apoyo y amor diciéndome lo valiente que era y que todo estaría bien. Ya no estaba papi a mi lado consintiéndome con todo lo que deseaba comer y dispuesto a bajar el cielo si era necesario con tal de hacerme feliz. Tampoco estaba abuelo prometiéndome premios para que me motivara a seguir adelante. Mi realidad era otra; ya no estaba esa pareja que me sostenía y en donde por muchos aňos había reposado en los momentos difíciles, ya no vivía en mi propia casa donde todo era perfecto según mi gusto, ya no había mucho de lo que antes estaba… Solamente estaba yo, y mi proceso.
Un proceso que lo describo como una pausa en mi vida. Un proceso de calma donde tuve que aprender a enfocarme en apreciar lo que si tenía y agradecer por ello. Fue la oportunidad brindada para encontrarme a mi misma. Si de algo estaba segura es que no me iba a morir sin ser feliz. Comprendí que tenía que cambiar la manera cómo veía mi milagro. Así que comenzé a enfocarme en mi porque era lo único que me quedaba. Empezé a planificar la vida que quería, y qué decisiones tenía que tomar para cambiarla. Comencé a ignorar el ruido que estaba afuera y a enfocarme en mi meta. Por eso cuando en el proceso me mencionaron las palabras “doble mastectomía”, mi respuesta fue “hagamos lo que tengamos que hacer porque eso no va a definir mi felicidad”. Y desde entonces nunca lo ha hecho.
En mi soledad aprendí demasiadas cosas. Disfruté ese tiempo de ocio que no gozaba hace mucho tiempo debido al trabajo y las cargas diarias que tenemos. En mi soledad me crecí, espiritualmente alcanzé niveles inexplicables, mi visión de la vida cambió en su totalidad. Fue la soledad un estado que antes veía como una crisis y que luego se convirtió en una maravillosa oportunidad.
Hoy en día aprecio tanto mi soledad, que muchas personas sufren por mi pensando que me quedaré sola. Yo solamente me río. Amo y disfruto mi soledad. Me amo tanto que aprendí a ser selectiva en cuanto a las personas que permito que rodeen mi vida. Hoy no me permito que nadie lacere lo que he logrado construir en base a mi misma. He aceptado mis procesos, y me he aceptado al punto que aún con el cuerpo mutilado por las muchas cirugías, las varias partes no naturales de mi cuerpo, me he podido sentir la mujer más feliz y linda en el universo. Disfruto el ser Yo. Sobretodo, he aprendido a confiar en mi capacidad de levantarme y poder sentirme feliz aún en el camino. En mi soledad cambié mi vida para convertirla en una más increíble de la que había imaginado. La meta está, hay mucho por hacer pero a su vez me enfoco en Ser. Y a ti, ¿Qué sentimientos te genera estar en soledad?