Dicen que llega la calma.  Por lo menos, esa es la expectativa de toda persona que pasa por un problema o preocupación.  Esta respuesta muchas veces se convierte en la frase cliché que nos da ánimo, que alimenta la Fe de que todo luego estará bien.  Ciertamente tenemos que  aprender a confiar en los procesos, y mantener una actitud positiva en las situaciones difíciles.  Anhelamos que todo pase para volver a nuestro estado “normal” y salir victoriosos.  En ocasiones todo vuelve a la normalidad de manera natural.  En otras somos nosotros quienes  provocamos que se cumpla esa expectativa.   Pero, ¿Qué ocurre si luego de la tormenta no llega la calma? 

En mi historia,  la calma muy pocas veces ha llegado luego de la tormenta.  Aún en aquellas situaciones  en donde he logrado alcanzar el resultado esperado, mi experiencia me ha demostrado que siempre la “calma” puede traer consigo lo que yo le llamo períodos de ajuste.  Y es que ocurre que cuando no estamos preparados para lidiar con esos períodos, nosotros mismos convertimos la calma en un nuevo caos; uno diferente pero de igual esencia.  Definitivamente es cierto lo que dicen que la persona que sale de un proceso no vuelve a ser la misma que entró en él.  Recae en nosotros entonces la decisión de la forma que le daremos a ese proceso de “calma”.   ¿ Te detendrás? ¿Regresarás a la normalidad? ¿Avanzarás en el camino?  Desde mi perspectiva cada una de estas preguntas representan mi teoría de las tres posibilidades que la adversidad nos presenta luego de que el proceso ha cesado.

 El primero evidentemente consiste en permitir que las circunstancias nos definan.  Me refiero a aquellas actitudes que nos convierten en un rotundo “No”.   No pasamos la página, no aceptamos, no perdonamos, no olvidamos, no, no, no… Nos aferramos al deseo de regresar al inicio de la historia pero simplemente lo mantenemos como deseo porque en el interior reconocemos que eso no es posible.   Tampoco avanzamos en el camino porque estamos convencidos que las circunstancias tampoco nos lo permitirán.

Tengo que aceptar que en varios capítulos pasados de mi historia, yo fui este tipo de protagonista.  Siempre recuerdo cuando fui diagnosticada con cáncer siendo aún adolescente.  Creo que casi todos piensan que lo peor del proceso fueron las quimioterapias y las múltiples cirugías.  Si bien es cierto fueron una parte difícil de mi historia, les cuento que lo que ocurrió después, cuando ya estaba sana, fue quizás la parte más difícil.  Como mi cirugía mayor fue un transplante de hueso de mi pierna, yo tuve que pasar varios años caminando con muletas.  Tuve que lidiar literalmente con lo que conlleva ser una persona con impedimentos.  Solo puedo decir que no es fácil, y les invito a tener empatía con aquellos que tienen que lidiar con estas circunstancias.  Irónicamente cuando todo terminó y ya estaba “lista” para volver a la vida, eso coincidió con mi entrada a la universidad.  Lo que para una joven significaría una de las experiencias más excitantes de su vida, en mi caso fue una de las más aterradoras.

 Cuando me gradué, fui aceptada en la Universidad de Puerto Rico-Recinto de Río Piedras.  Un gran logro considerando que mis años de escuela superior yo fui prácticamente auto-didacta pues fue más el tiempo consumido en hospitales que los pocos meses que puede asistir a la escuela.  Por lo menos la versión “nerd” que vive en mi,  cumplió su función en aquel entonces.  Pero ahí estaba yo, tratando de enfrentar una nueva etapa como adulta;  luego de haber sido sobreprotegida por mis padres debido a mi situación, con muchas inseguridades debido a mi aspecto físico ( mi pelo recién empezaba a crecer y usaba todavía una peluca), casi sin poder caminar, y académicamente en desventaja.  Caminando y tratando de subir escaleras por todo un Recinto al cual cuyo tamaño lo único que le agradezco es que me mantuvo fit durante muchos años;  estudiando en el que aún para mi sigue siendo la mejor institución educativa del país, pero enfrentándome con unas lagunas académicas increíbles a los estudiantes más sobresalientes de Puerto Rico, y resolviendo situaciones administrativas lo cual eran cosas que no estaba acostumbrada a manejar. No voy a entrar en detalles de todo lo que tuve que pasar.  Solamente resumiré diciendo que todo lo resolvía llorando.  Lloraba cuando sentía que el cansancio no permitía caminar más para llegar a un salón, lloraba cuando no entendía algo o sacaba una mala nota, lloraba cuando mi horario de clases se convertía en un desastre y quedaba condenada a pasar todo el día en el Campus, lloraba y lloraba, simplemente lloraba ante cada cosa que me recordaba mi “situación” y que me hacía sentir  miserable.  Agraciadamente luego de muchas piedras aprendí a reconocerme, a creer en mi propio potencial.  En el proceso mis mayores miedos y frustaciones se convirtieron en fuerza para sobrepasar mis metas.  Aprendí que aunque las cosas me tomaran un poco más tiempo o se me hicieran más difícil alcanzarlas, eso no significaba que no iba a ser capaz de lograrlas. Creo que lloré tanto en ese tiempo, que ya de adulto es extremadamente raro que llore. Me hice más fuerte.  

Pero volviendo a mi teoría de las tres direcciones de los procesos post- adversidad… la segunda pregunta nos lleva a la idea de que erróneamente muchas personas pasan por procesos, y luego retoman sus herramientas y continúan como si nada hubiera pasado.   Yo caminé esa dirección cuando por muchos años preferí dejar atrás mi historia y olvidarla.  Pensaba era la manera más efectiva de no dejarme definir por ella.  El problema con ello es que convertimos lo que nos pasó  en una simple brecha en el camino que nos lleva de vuelta al lugar de salida.  No sé a ustedes peroesto me provoca una imagen mental en donde no hay valor añadido, no hay progreso. Solamente veo retroceso.  Es una brecha nula.  Si bien es cierto que todos aprendemos algo, pienso que la mayor utilidad que podemos darle a nuestras lecciones es transformarla en sabiduría para nosotros mismos y para otros.  Por eso te invito a no dejar de compartir tu historia.  Nunca sabes a quién puedas rescatar a través de ella…

Finalmente, la tercera dirección es la que hoy vivo.  Me tomó muchos años encontrarla.   Hoy puedo hablar de felicidad y de trascendencia porque tuve la oportunidad de experimentar todos los antónimos posibles para estas palabras.  Si algo aprendí es que está en nosotros la capacidad de crear la historia que queramos.  Es nuestra decisión.  Se trata de encontrar la fuerza que te dirija a reconocer los pasos que tienes que dar para lograr la meta que anhelas.  Se trata de la conciencia que tienes acerca de lo que ocurre a tu alrededor.  Se trata de escuchar y retar lo que observas porque lo que vemos y escuchamos muchas veces no es lo qué es.  Es un proceso de práctica y perfección.  De buscar aquello o a aquellos que te apoyen para lograrlo.  Es la determinación y consistencia con la que decidas ponerte en acción.  Se trata de la historia que solamente tu puedes crear y contar.  Entonces te pregunto ¿Qué sucederá en tu historia después de la tormenta?

One thought on “Y después de la tormenta, ¿Qué?

  1. Me encanta!
    Tú fuerza
    Tú pider
    Tú liderazgo
    Tú pasión
    Nota:
    Dime cómo hablás y te diré quién eres…

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